Una semilla, plantada en Grecia hace cerca de tres mil años, ha dado frutos en la actualidad del mundo, después de haber conocido una primera floración. En la Grecia antigua existió una pedagogía de la educación física que se concretó en pruebas o juegos. Se celebraban en varias regiones, pero los celebrados en Olimpia adquirieron pronto una fama que sobrepujó a todos. La creación de estos Juegos Olímpicos se atribuye a Efitos, rey del Élida, que mediante un acuerdo con Licurgo, el creador de la inflexible legislación espartana, logró, además, un acuerdo que eximía para siempre a Olimpia de las conflagraciones constantes entre las polis griegas. Ninguna tropa armada podía entrar en Olimpia.
Esta creación se realizó, según parece, en el siglo Vlll antes de Jesucristo. La cronología es incierta (¿año 884?), lo cual es de destacar, porque la cronología olímpica es exacta a partir de la primera fecha. Es la de 776 antes de J. C. en que se graba el nombre del atleta Corebos, ganador de la carrera del estadio. A partir de entonces se adquiere la costumbre de perpetuar cada cuatro años la celebración de los Juegos de Olimpia, inscribiendo cuidadosamente un registro de los vencedores. De esta manera podemos seguir exactamente el rastro histórico de las olimpíadas desde la victoria de Corebos hasta su abolición por el emperador Teodosio en el año 394. Los Juegos Olímpicos de la antigüedad aparecen registrados totalmente alrededor del gran festival del mundo antiguo.
Como en la actualidad, su camino hasta su perfección fue sorprendentemente breve, y su apogeo coincide con el de la Grecia de Pericles. El período helenístico y el mundo romano jalonan su crepúsculo, y el cristianismo significó el golpe de muertes de los que Píndaro había cantado. El programa de los Juegos Olímpicos antiguos fue variando hacia su esquema más amplio. Primero se disputaba la carrera a pie. Luego se añadieron el pentatlón (carrera, disco, jabalina, salto y lucha), y más tarde pugilato y las carreras de carros. Su desarrollo duraba cinco días a continuación del que se celebraba el rito religioso del juramento. La principal competición era la carrera a pie, que primero se disputó en la dimensión de un estadio (192m27) a la que se añadieron la del doble estadio, la de semifondo, aproximadamente a cuatro estadios, y por fin, la de fondo, sobre veinticuatro estadios, parecida a la de los cinco mil metros actuales.
Las ciudades y pueblos de toda Grecia acudían a Olimpia haciendo un paréntesis en sus disputas. Las reconstrucciones a base de datos arqueológicos permiten hacernos una idea aproximada del esplendor olímpico, de cuándo los Juegos Olímpicos significaban una tregua o una peregrinación hacia la ciudad olímpica. Luego fueron admitidos todos los helenos y más tarde los ciudadanos del Imperio romano. (Solo la corona de olivo para el campeón en la antigüedad) Grabado Pero las victorias de Tiberio y de Nerón en los Juegos hacen pensar en la decadencia y la adulación más que en otra cosa. El naciente cristianismo vio en lo que quedaba de los antiguos Juegos un residuo de paganismo y se manifestó en contra. La exaltación corporal, la vivificación de los viejos ritos del politeísmo helénico contrariaban su penetración en la nueva sociedad. La prohibición de Teodosio se realiza por influencia de San Ambrosio.
Prohibidos los Juegos, ya en decadencia hacía siglos, nadie los echaba de menos. Más nobles y antiguos, pero pertenecientes a la misma civilización moribunda que dio origen a las luchas y espectáculos circenses, mueren a la vez. En Olimpia solo quedaban unos templos vacíos y arruinados. Comienza la época de las invasiones, las guerras, los saqueos, los incendios, las inundaciones del río Cladeos, que ceñía el solar olímpico.
De las ruinas se extrajeron materiales para otras villas. Los godos, los bizantinos, los eslavos, los cruzados pasaron por lo que fue Olimpia. Finalmente, en los últimos cuatro siglos, son los turcos quienes acampan en las ruinas sepultadas bajo tierra.
La ola de los descubrimientos arqueológicos señala que Olimpia desde el siglo Xlll, porque el recuerdo de las hazañas de los Juegos, conservado en textos e inscripciones, hacía crecer el deseo de desenterrar los vestigios de la grandeza olímpica, tan bien datada históricamente. Winckelmann, más tarde Blouet, y sobre todo, ya una vez liberada del poder otomano, los arqueólogos alemanes hasta la actualidad, han puesto de relieve a través de excavaciones lo que queda del solar olímpico, que no sólo es punto de reunión de la Academia Olímpica anualmente, sino auténtico centro de la reconstrucción olímpica de la actualidad. Sobre él se enciende el fuego de la llama olímpica, que es transportado mediante ceremonias y ritos deportivos, sin extinguirse, a cada una de las sedes en donde se celebran los Juegos Olímpicos modernos. Olimpia ha vuelto a ser un solar venerado y venerable.
LA RESTAURACIÓN OLÍMPICA
Para que la restauración olímpica es produjese fueron necesarias varias premisas anteriores que es preciso reconocer. En primer término, que la idea de la educación física se introdujese la pedagogía y constituyeses un ideal nacional, como en el caso de Jahn, que aplicó la a la educación física el ideal de Fichte en su “Discurso a la nación alemana”. La obra de Jahn, como la del sueco Ling, como antes la del español ilustrado y bonapartista Amorós, despiertan el interés por la educación física. Por otra parte, el concepto británico del sport nace simultáneamente en el primer tercio del siglo pasado (el 19), a través de la acción de Thomas Arnold, el célebre director del Rugby College, en primer término. Para realizar una acción educativa, que instruyese físicamente a la juventud inglesa selecta, desdeñó los métodos de la educación física, sustituyéndolos por deportes, resultado de codificar mediante reglas estables antiguos juegos tradicionales o populares. El sport significaba ejercicio físico, desinterés y la base moral del juego limpio. El conjunto determinaba una sólida base pedagógica, que fue determinante para el rumbo de una sociedad entera en un punto culminante de expansión mundial británica.
En 1863, el mismo año en que el fútbol verifica en Londres su nacimiento oficial, nació Pierre de Fredi, barón de Coubertin, en las posesiones familiares del departamento de El Havre. Pertenecía a una familia no sólo de raigambre aristocrática, sino que había dado ilustres vástagos a las armas y a las letras. Pierre de Coubertin (Foto) siguió la tradición familiar ingresando en la Academia Saint-Cyr, pero más que la vida militar le atraían la sociología y el deporte. Su estancia en Inglaterra le permitió conocer el “cristianismo muscular” de las public schools y la obra de Thomas Arnold en Rugby. El conocimiento de la educación de la juventud inglesa por medio del sport le atrajo profundamente. Su resultado nacional, también. Coubertin comienza a identificar el concepto de Imperio británico con la educación deportiva, basada precisamente en los deportes y juegos. (COI 1896, Grecia: sentados barón Pierre de Coubertin, secretario; M. D. Vikelas, presidente, Grecia, y general De Butovski, Rusia. Arriba: W. Gebhardt, Alemania; Jiri Guth-Jarkovsky, Checoeslovaquia; Ferenc Kemeny, Hungría, y general Viktor Balcck, Suecia.) Foto Renunció a su carrera, y convertido en apóstol de sus ideas las expuso en una célebre conferencia en el paraninfo de la Sorbona, en 1892. En ella se lanzó por primera vez la idea de restaurar los antiguos Juegos Olímpicos para internacionalizar este sistema pedagógico. Coubertin no hace sino formular con precisión, y sobre todo, llevar adelante con habilidad y energía un estado de opinión latente en Francia, que simbolizaron Georges de Saint Clair y el publicista Daryl con anterioridad a Coubertin incluso. Pero el barón lo puso en movimiento y tras la conferencia en la Sorbona, su actividad le llevó a realizar un proyecto para hacer viable la idea de la restauración de los Juegos y el proyecto fue presentado a una Asamblea de la cual formaron parte delegados de doce naciones en número de setenta y nueve. El congreso se verificó en la Sorbona, y tras las deliberaciones se votó, el 23 de junio de 1894, el restablecimiento de los Juegos Olímpicos y la constitución de un Comité Internacional.
En esta fecha puede decirse que nace el olimpismo moderno. Coubertin aceptó la propuesta de que se celebrasen en Atenas en 1896, porque los reunidos no quisieron esperar a la fecha redonda de 1900. Se celebrarían en Atenas, en homenaje a la Grecia antigua, madre de los Juegos, y la idea se aclamó. Una nueva era olímpica había nacido. Al mismo tiempo nacieron los principios fundamentales del desarrollo olímpico; el intervalo de cuatro años y la creación del Comité Olímpico Internacional permanente, estable, cuyos miembros serían los representantes del olimpismo en sus respectivos países… El lanzamiento del olimpismo se verificó en Francia, y cuando se pensó que el escenario de los I Juegos de la era moderna sería París, en el apogeo de su posición mundial en aquel tiempo, la decisión fue comenzar en Atenas. Cuando en Atenas, como veremos luego, se intentó, desde el monarca abajo, monopolizar para siempre los Juegos, Coubertin impuso la universalidad.
La creación del Comité Olímpico Internacional revela también este segurísimo instinto de fundador. La esencia del C. O. I., invariable desde su fundación, radicó en la creación en su seno de una minoría o círculo auténticamente directivo, que sirviera de guía a los nuevos miembros que habían de iniciarse en la dirección olímpica. Desde entonces ha reunido una brillante cohorte de grandes personajes pertenecientes a la aristocracia de la sangre o del poder económico, cuya presencia colma las aspiraciones nacionales de representación y asegura un prestigio permanente, no el efímero que proviene de la política… La secretaría había de ser la única institución permanente. Así, M. D. Bikelas fue el primer presidente del C. O. I., de 1894 a 1896, como representante griego. Coubertin lo sustituyó (había sido secretario durante el período presidencial de Bikelas) en 1896, y por un período que, si en principio pareció que acabaría en los II Juegos de París (1900), se convirtió en permanente y se prolongó hasta 1925. Desde entonces el C. O. I. ha tenido las presidencias del conde de Baillet-Latour (Bélgica), de M. J. Sigfrid Edstroem (Suecia) en 1942 y de Avery Brundage (Estados Unidos) en 1950-1960 (Foto) (NdA: esta obra se imprimió en España en 1967.)
Con el tiempo, también se modificó el criterio de reservarse los Juegos al “varón adulto e individual”, con la exclusión de la participación femenina y de los deportes de equipo. En este apartado, y por presión británica, en los Juegos de Atenas se admitió el cricket. El Comité Olímpico Internacional tiene su sede en la villa Mon Repos, cedida por el gobierno de Suiza. (Por Antonio Valencia, para Los Deportes, de Librería Editorial Argos S. A., Barcelona, España, 1967)
El actual presidente del C. O. I. es el señor Jacques Rogge, elegido el 16 de julio de 2011 en la reunión anual del Comité celebrada en Moscú.
Barón Pierre de Coubertin
Pierre de Fredy, barón de Coubertin, nació en París en 1863, justamente el 1 de enero, en la calle Oudinot número 20, y murió en París el 2 de septiembre de 1937 en Ginebra, Suiza. Pierre era el tercero de los hijos de Charles Luois Fredy, algo conocido como pintor, y vivió su infancia en el castillo de Mirville, en el Havre. Sin embargo, los Fredy eran de origen italiano, emparentados con los Strozzai de Roma. Un Fredy se casó en 1711 con María Morel, nieta de Cyrano de Bergerac. En la iglesia del “Ara Coeli” de Roma se encuentra la tumba de Felice de Fredy. Otro Fredy se casó con la hija de un rico comerciante, y adquirieron el señorío de Coubertin, situado a 5 km. De Versalles. A partir de entonces, los Fredy fueron señores de Coubertin.
Pierre de Coubertin fue un excelente estudiante. Cursó sus primeros estudios en el colegio de los jesuitas de París. Sus padres le hicieron ingresar en la Academia Militar de Saint-Cyr, con el deseo de convertirle en oficial del Ejército, pero Pierre no tenía vocación militar y abandonó esta carrera. Su padre le quiso llevar entonces por el camino de la política, ingresando en la Escuela de Ciencias Políticas. Pero tampoco cuajó. Pudo, por fin, dedicarse al estudio de la Filosofía en la Sorbona, así como también Historia y Pedagogía, y en particular le atrajo en gran manera el estudio de los filósofos e historiadores griegos..
Coubertin, profundo pensador, pedagogo en potencia, concibió desde muy joven un cambio en los módulos educativos de su época. “El mundo nos exige un hombre nuevo; formémosle a través de una nueva educación”. Buscando un ejemplo que le permitiera reafirmar sus pensamientos, Coubertin se dirige en 1883 -contaba pues 20 años de edad- a Inglaterra. Quería saber hasta qué punto la educación en aquel país había influido para que sus hombres poseyeran y controlaran tan vasto imperio. La pedagogía inglesa le fue mostrada en el Jesús College de Windsor y en el famoso colegio de Rugby, donde se desarrollaban las modernas ideas de Thomas Arnold, que ha pasado a la historia como el precursor del deporte moderno, todo los cual reafirmó al joven Coubertin en su esbozada renovación. Basándose en los valores educativos del deporte, Coubertin, tenía ya preparado a los veinticuatro años un vasto plan de reforma pedagógica, y a los veinticinco presentó sus proyectos a la Sociedad para el Avance de las Ciencias.
Esperar que sus proyectos fueran llevados a la práctica era una utopía. Pero Coubertin no desmayó; afortunadamente, no desmayó nunca. Coubertin cambió entonces de táctica, atacando directamente por el terreno del deporte. Se decía que para que cien individuos formasen su cuerpo era preciso que cincuenta practicaran deporte; para que dichos cincuenta pudiesen practicar deporte, era forzoso que veinte se especializaran, y para que ello pudiera ocurrir era necesario que cinco alcanzasen resultados notables.
Aunque los profesores de gimnasia de la vieja escuela dominaban todavía en Francia, ya existían entonces algunos partidarios de los que se llama “free sport”, o deporte libre, basado principalmente en las competiciones. Fue en esta lúcida concepción del deporte, en la victoria y la derrota, con sus consiguientes resultados sobre el espíritu del hombre y su carácter, donde Coubertin halló más rápido paralelismo con el enfoque pedagógico puesto en práctica en Inglaterra. Arnold, Padre de aquellos modernos sistemas, creó alrededor del estudiante un mundo semejante al que luego hallaría en la vida real, de forma que cuando saliera de la escuela, el muchacho no se hallara desplazado. Aunque de baja estatura y constitución nada fuerte, Coubertin sentía, naturalmente, gran predilección por los deportes, habiendo practicado muchos de ellos, especialmente remo, gimnasia, esgrima e hípica. Pero lo que más practicó fue el remo. Cuando en plena ebullición de sus ideas, y siendo ya un consumado directivo y organizador, Coubertin quiso traer remeros ingleses a Francia, o llevar remeros franceses a competir a las famosas regatas de Henley, se encontró con que el concepto del amateurismo era distinto en un uno y otro país. Veamos, por ejemplo, la definición de amateur que fue hecha pública por la Amateur Athletic Club, que luego se convertiría en la Amateur Athletic Association, en 1866, y que en esencia servía para el remo y otros deportes:
“Es amateur todo aquel gentleman que no haya participado nunca en una prueba pública abierta, accesible a todos por el dinero procedente de las entradas al terreno o ventajas similares; que no haya sido nunca, en ningún momento de su vida, profesor a monitor de ejercicios de este género como medio de vida y que no sea obrero, artesano, ni jornalero”.
Coubertin, hombre de profundos pensamientos demócratas, un auténtico ciudadano del mundo, y no estará de más dejar constancia de su obra “Historia Universal” en cuatro tomos escrita especialmente para las masas obreras, no concebían semejantes diferencias, y decidió que debía haber un solo mundo del deporte. Este fue el verdadero origen de las modernas Olimpíadas. El problema del amateurismo fue la chispa que encendió la gran hoguera de los Juegos Olímpicos, y quizá sea también la llave que abra paso al naufragio de los Juegos a través de la manguera de los intereses políticos.
A principios de 1888, Coubertin habla por vez primera de su idea de restaurar los Juegos Olímpicos, con sentido universal, tras 1.500 años de su suspensión. Los hombres que le escuchan en aquella primera reunión de trascendencia olímpica no le toman muy en serio, a excepción de dos de ellos, Pascal Grousset y Georges de Saint-Clair, el primero más conocido como Philippe Daryl, pseudónimo que empleaba en el periódico “Le Temps”.
En 1889, y gracias al plan de reforma presentado en 1888 y a su estudio sobre la obra de Arnold, el ministerio de Educación lo envía a Estados Unidos para comprobar en aquel continente los resultados de las ideas del famoso pedagogo inglés. En Estados Unidos pulsó el estado de ánimo de las principales universidades sobre la posible restauración de los Juegos Olímpicos, y halló el apoyo de William M. Sloane, profesor de la Universidad de Princeton, cuya colaboración tan decisiva sería para la idea de Coubertin, por la influencia que ejercía Sloane en el deporte universitario norteamericano.
25 de noviembre de 1892, nacimiento oficioso del olimpismo moderno. Pierre de Coubertin habló de la renovación de los Juegos Olímpicos, al término de la disertación sobre “La importancia de los ejercicios físicos en el mundo moderno”, con aquella frase famosa que ha pasado a la historia como el primer eslabón para la restauración de los Juegos: “Es preciso internacionalizar el deporte, es necesario organizar de nuevo los Juegos Olímpicos”. Aquella reunión que festejaba el quinto aniversario de la “Unión des Sports Atlétiques”, tuvo tres oradores: Georges Bourdon, que habló del deporte en la antigüedad; J. J. Jusserand, que habló del deporte en la Edad Media, y finalmente Coubertin sobre el deporte moderno. El auditorio aplaudió al último orador, aprobaron su idea, le desearon mucho éxito, pero nadie lo entendió. En realidad, era una de esas situaciones en que nadie cree en lo que todavía no se ha hecho, en que nadie cree en lo que todavía no se ha hecho, en que nadie quiere molestarse en poner en práctica algo que no le va a proporcionar un beneficio inmediato, tal y como se encuentra hoy en día y se encontrará siempre. Por ello no nos han de extrañar las dificultades que halló Coubertin para llevar a cabo su obra. ¿Es que no hallaron acaso dificultades los grandes inventores y descubridores? La historia se repetía una vez más: incredulidad.
Coubertin siente que su idea se viene abajo. Sus palabras apenas han tenido eco, y como el mismo dice, “el comentario irónico de las gentes cultas consistía en preguntar si las mujeres serían admitidas como espectadoras de los Juegos, y si, como en determinados períodos de la antigüedad, los atletas irían completamente desnudos, prohibiendo así el acceso de las mujeres al Estadio”.
Pero al año siguiente, 1893, Coubertin vuelve a Estados Unidos, donde permanece cuatro meses. Visitó la Exposición de Chicago, alojándose en el lujoso Athletic Club; en San Francisco visitó el Olympique Club, y estuvo en Texas, Luisiana, Washington y Nueva York. Si bien fue gratamente acogido por las Universidades que visitó, su idea de restablecimiento de los Juegos Olímpicos no acababa de hallar eco. Tan sólo William Sloane se entusiasmaba ante la gran idea. Sloane ofreció un banquete en la University Club de Nueva York el día anterior al regreso de Coubertin a Europa, reuniendo un selecto lote de personalidades el 27 de noviembre de 1893. La exposición de su idea tuvo aproximadamente el mismo resultado de la reunión de la Sorbona del año anterior. Coubertin era para la mayoría un soñador, un ilusionista. También estuvo en Londres, donde, como es de suponer, su idea no fue acogida con entusiasmo, teniendo en cuenta sobre todo que no pertenecía a un inglés. ¡Que osadía, señor de Coubertin! Esta reunión con un re3ducido número de personas, organizada por el secretario de la “International Athletic Association”, M. C. Herbert, tuvo lugar en el Sport Club de Londres el 7 de febrero de 1894.
Obstinado en su idea, Coubertin decidió organizar un Congreso Internacional, pero dándole otro nombre. De Pallissaux tenía en los archivos de la “Unión des Societés Française de Sports Athlétiques” un proyecto de Congreso internacional para reglamentar el problema del amateurismo. Coubertin y De Pallissaux trabajaron juntos por el éxito de este Congreso, cuyas cartas de invitación fueron modificadas por Coubertin e intitulada “Congreso para el restablecimiento de los Juegos Olímpicos”.
El Congreso debía celebrarse del 16 al 24 de junio en el Gran Anfiteatro de la Sorbona de París -donde el mundo científico acababa de celebrar al jubileo de Pasteur-, y el programa constaba de ocho puntos de discusión a saber:
l. Definición del aficionado: base de esta definición. Posibilidad y utilidad de una definición internacional.
ll. Suspensión, descalificación y recalificación. Hechos que las motivan y medios para verificarlas.
lll. ¿Es justo mantener una distinción entre los diferentes deportes desde el punto de vista aficionado, especialmente para las carreras de caballos (gentleman) y el tiro de pichón? ¿Se puede ser profesional en un deporte y aficionado en otro?
lV. Sobre el valor de los objetos de arte donados como premios. ¿Es necesario limitar ese valor? ¿Qué medidas pueden tomarse contra el que vende el objeto de arte ganado por él?
V. Legitimidad de ingresos procedentes del taquillaje. Este dinero, ¿puede ser repartido entre las entidades o entre los participantes? ¿Puede servir de indemnización para desplazamientos? ¿Hasta qué límite pueden indemnizarse los participantes, ya sea por la entidad contraria o por su propia entidad?
Vl. La definición general del aficionado, ¿puede aplicarse igualmente a todos los deportes? ¿Origina restricciones especiales en lo que concierne al ciclismo, remo, deportes atléticos, etcétera?
Vll. Las apuestas. ¿Son compatibles con el amateurismo? Medios para atajar su desarrollo.
Vlll. Sobre la posibilidad de restablecer los Juegos Olímpicos. ¿En qué condiciones podrían reanudarse?
Finalmente, el programa se amplió con dos nuevos párrafos y quedó dividido en dos partes principales. La primera comprendía las siete artículos iniciales bajo el título de “Amateurismo y profesionalismo”, y la segunda, con el título “Juegos Olímpicos”, constaba del Vlll y de los dos nuevos: lX. Condiciones que deben imponerse a los participantes. Deportes representados. Organización material, periodicidad, etcétera. X. Nombramiento de un Comité Internacional encargado de preparar la restauración.
El Congreso se inauguró el 16 de junio, tal como estaba previsto, en el gran anfiteatro de la Sorbona, ante una concurrencia de dos mil personas. Acudieron a la gran cita olímpica delegados oficiales de Francia, Grecia, Rusia, Italia, Inglaterra, Suecia, Bélgica, España y Estados Unidos, mientras Hungría, Alemania, Bohemia, Holanda y Australia enviaban representantes oficiosos o se adherían por escrito con un total de 79 miembros, ya de universidades, ya de sociedades deportivas en número de 49. Consciente del efecto psicológico que debía producir la primera sesión, Coubertin se esmeró al máximo. Presidió el acto el barón de Courcel, ex embajador en Berlín, quien pronunció el discurso de apertura, al que siguió una bella oda de Jean Aicard (1848-1921), miembro de la Academia Francesa y conocido escritor de la época, y un comentario de Théodore Reinach (1860-1928), famoso filósofo francés. Gabriel Fauré (1845-1924), gran maestro francés de la melodía y de la música de cámara, preparó la primera audición coral del Himno a Apolo, descubierto en las ruinas de Delfos, que fue interpretado por Marie Jeanne Remacle. Los asistentes parecían transportados a la antigua Grecia, a través de los siglos. Coubertin había triunfado. Estaba convencido de que ya nadie votaría en contra del restablecimiento de los Juegos Olímpicos.
(Las Olimpíadas, Juan Fauria, de Atenas 1896 a México 1968, Herakles, Editorial Hispano Europea, Barcelona, España)