El significado de la palabra deporte

El significado de la palabra deporte está dirigido a una actividad recreativa y de pasatiempo para el físico y ese estado se mantuvo por mucho tiempo. En algunos casos, los grandes diccionarios se refieren a deportes antiguos, para recaer invariablemente en las antiguas olimpíadas, como la cuna del que se conoce actualmente. “Es la forma hispana de la expansión inglesa sport y a la vez ésta apócope de disport, que significa, como en nuestro idioma, juego, diversión; lo que, según algunos etimologistas, ha sido a su vez tomado del viejo francés desporter. En realidad el deporte fue reanimado en gran parte por la restitución de los juegos olímpicos. Fue un resurgir de lo que trató de abatir Teodosio en el 392 y que después de una marcada decadencia en Roma y en Bizancio, se mantuvo en la Edad Media en la manera de torneos de caballería. El deporte se va adaptando en diversas formas según las épocas y costumbres. Los buenos espíritus se han preocupado siempre por el desarrollo físico del hombre…”
(Enciclopedia Universal del Deporte, tomo 1, Alfredo R. Burnet-Merlin, editorial Cajica, Buenos Aires, 1962.

lunes, 3 de febrero de 2014

Libros de Deportes

































PATO, deporte Argentino


“Ya no sos mi Margarita…” 

AHORA TE LLAMAN “HORSE BALL”

Prohibido varias veces desde que se lo conoció oficialmente, el Pato también cuenta con un inicio oscuro y sus primeros pasos se perdieron en la inmensidad del pasado. Tal vez sus raíces se encuentren en los primeros años de 1600, cuando su práctica causaba furor entre los jinetes que, en las vastas extensiones de la provincia de Buenos Aires actual, hacían gala de su arrojo y pericia para dominar las cabalgaduras intentando sujetar un peculiar cuero en cuyo interior viajaba un sufrido pato, inofensivo animalito. Félix de Azara (1746-1821) lo menciona en sus crónicas en “Viajes de través de la América meridional desde 1781-1821”, al recoger datos de anteriores viajeros que lo ubican en 1610. 

 Era el entretenimiento más popular de las pampas argentinas, una verdadera expresión de hombría y coraje. El forzado exilio del pato surgió como consecuencia del tendal de víctimas que arrojaban las prácticas. El pato, que requería del criollo no sólo destreza, sino una condición física excepcional para soportar los rigores de una dura lucha por una gloria efímera, recibió hace poco un tremendo bofetón. En un artículo publicado en L’Express, de Paris, el autor Hervé Marchal, reivindica para Francia el origen del Pato. Tal vez desinformado sobre el ilustre linaje de nuestro muy criollo deporte nacional, deja traslucir como consuelo para nosotros, eso sí, su evidente anglofobia: “Salvaje y natural el horse-ball es un deporte francés… que lleva un nombre inglés detestable”, para agregar que nació en Burdeos en 1978. Ya tendrá tiempo por cierto monsieur Marchal para recapacitar cuando le hagan notar su tremendo error, con un colosal cargamento de datos históricos de casi cuatro siglos de verdad. 

 El peso de la historia 
 En el año 1610, con motivo de la beatificación de san Ignacio de Loyola, fue relatada una “corrida” de este juego que por sus características se adapta al recio temperamento de los hombres de campo. Félix de Azara recoge este dato, este testimonio del pasado nuestro cuando aún éramos colonia. El escritor W. H. Hudson, en su libro El Ombú, ofrece una descripción del primitivo juego y dice “que era el entretenimiento más popular de las pampas argentinas. Para jugarlo se mataba un pato y se le cosía dentro de un trozo de cuero fuerte, conformando una pelota irregular, dos veces el tamaño de una pelota de fútbol, provista de cuatro manijas de cuero trenzado. Una vez resuelto en algún lugar hacer el juego y arreglado el punto de reunión, era notificado el vecindario que se iba a hacer la partida y a la hora indicada todos los hombres, desde varias leguas a la redonda, sentados en sus mejores caballos acudían al lugar del comienzo de juego… (Ilustración: elperiódicodemoreno.blogspot) 

“Cuando había ya un buen número de participantes aparecía el hombre que llevaba el pato y los demás trataban de arrebatárselo. Quien lo conseguía era a su vez perseguido por los otros, siempre de a caballo y es así como se corrían leguas en todo sentido. Había forcejeos, golpes y rodadas y al final, aquel que se quedaba dueño del pato, era el vencedor, con derecho de comerse el ave. 
 “En realidad este acto, el de comerse el ave, era una ficción, porque el ganador en los hechos enderezaba para el rancho que le parecía y allí se cocinaba no solamente el pato, sino una gran cantidad de carne vacuna para todos los concurrentes al juego o para los que se habían quedado a pie. El virrey Nicolás del Campo, marqués de Loreto, en tiempos de la colonia española, prohibió el juego por su peligrosidad y brutalidad, pero la prohibición no hizo mella en el temple indomable del paisano, que siguió jugándolo clandestinamente.

 “Cobró auge cuando el país se independizó de España, pero el presidente Bernardino Rivadavia lo volvió a prohibir en 1822 por igual motivo. Renació a la caída del partido que sostenía a Rivadavia y en 1840 lo prohibió de nuevo Juan Manuel de Rosas; como renaciera una vez más, una estricta prohibición acabó con la forma primitiva del pato en 1889”. 
 El naturalista Félix de Azara, por su parte, lo comenta así: “Se juntan para eso dos cuadrillas de hombres de a caballo y se señalan dos sitios apartados como de una legua (cinco kilómetros aproximadamente). Luego cosen un cuero en el que se ha introducido un pato que deja la cabeza afuera, teniendo el referido cuero dos o más asas o manijas, de las que se toman los dos más fuertes de cada cuadrilla en la mitad de la distancia de los dos puntos asignados y metiendo espuelas tiran fuertemente, hasta que el más poderoso se lleva el pato, cayendo su rival al suelo, si no lo abandona. El vencedor echa a correr y los del bando contrario lo siguen y lo rodean hasta tomarlo de alguna de las manijas, tiran del mismo modo, quedando al fin vencedora la cuadrilla que llegó con el pato al punto señalado”. 
 Concolocorvo hace mención igualmente a un partido desarrollado en Luján en su “Lazarillo” y existen otros datos más que hablan a las claras de la longevidad del juego del pato en su versión antigua. Bartolomé Mitre lo calificó como juego “homérico” en sus Rimas. 
 Del ostracismo a que fue sumido por las autoridades en diferentes épocas, emergió rehabilitado en 1938, cuando el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, doctor Manuel A. Fresco, derogó la prohibición y el pato entró a transitar por una senda legal. Fue un justo premio a los tradicionalistas que lucharon por años y años en pos de una justa reivindicación. Los tiempos habían cambiado, los deportes habían crecido y muchas otras manifestaciones se incorporaban, dejando relegado al pato en el espectro deportivo nacional. (Foto: taringa.net) 
 Alberto del Castillo Posse, uno de los puntales en la recuperación de este legado de antaño, se había abocado ya en 1937, vislumbrando su reimplantación, a redactar el primer reglamento. Buscó reducir los peligros, eliminando las fricciones de antigua data, y delimitó espacios contando estos con metas. El pato tenía ahora un concepto moderno. El infeliz pato pasó al olvido, siendo reemplazado por una pelota de fútbol con cuatro asas primero y seis después, que se usa actualmente. 
 Los aires soplaban benignos y pronto surgieron entidades para darle vida. En 1941 se fundó la Federación Argentina de Pato, con cuarenta campos y unos trescientos jugadores. En pato los clubes se llaman “campos”. Finalmente, en el año 1953, en mérito a sus tradiciones, un decreto lo declaró deporte nacional. La destreza de los jinetes de antaño se ve prolongada hoy en las nuevas generaciones de auténticos centauros. Las reglas modernas del juego fueron modificadas, con lo que se le comunicó las características de deporte veloz, ordenado y atlético que hoy le son propias. El pato tiene actualmente sentado sus reales en la provincia de Buenos Aires, si bien se lo practica por años en Entre Ríos y Corrientes. En Jujuy, un grupo de cultores, lo practica con mucho entusiasmo en la actualidad. 
 En Francia fue introducido probablemente en la década pasada (1970), encontrando enseguida amplio eco por sus características definidas. Es más que probable que Hervé Marchal, llevado por su exaltación, obvió dialogar con los protagonistas o dirigentes franceses, produciendo de esa manera tan tremendo desliz, tan injusto olvido para esa pléyade de rudos campesinos de la Argentina colonial. Vayan estas líneas como justa recompensa a esa evocación de siglos pasados tan injustamente olvidada en el viejo mundo por un hombre, lamentablemente desinformado. (Roberto G. Vitry, EL TRIBUNO del domingo, Salta, 15/04/1984) 

 El “buskashi”, pariente cercano 
 El “buzkashi”, brutal práctica ecuestre de Afganistán, que se desarrolla en las altas estepas de ese país asiático, lindero con Usbekistán, uno de los sitios donde fue domesticado el caballo, es similar en muchos aspectos al “pato argentino” en los orígenes de éste en nuestro país, por la violencia a la que recurren los jinetes para desarrollar su juego. El buzkashi agfano tiene origen remoto y dataría, según algunos historiadores, de la época de las invasiones del terrible Gengis Khan (1154-1227). 
 Las reglas son simples: los jinetes disputan quien logra recorrer un circuito completo cargando un carnero decapitado y para conseguirlo todo es válido, desde descargar latigazos sobre los demás, hasta hacer que los muerda el caballo. “Cada uno para sí, Allah para todos”, es la consigna. Literalmente, “buzkashi”, significa “arranca carnero”, y sin dudas es así. La competencia se inicia cuando cincuenta jinetes empujan sobre sus cabalgaduras tratando de desplazar a los adversarios y de acercarse el carnero decapitado. Finalmente uno se encarga de levantar la presa y sale al galope, pero algunos consiguen igualmente asir al carnero y allí comienza el tironeo, a toda velocidad, bajo una lluvia de latigazos, frenando, torciendo. Finalmente triunfa el que logra llegar al mástil (en el centro del campo). En una mano las riendas, la otra asegurando el carnero y el látigo entre los dientes. Después de esta práctica brutal, muchas veces quedan no sólo heridos, sino algunas veces muertos. La contienda dura de tres a cinco horas. El miedo y el dolor no existen para los hombres de este mundo afgano, donde la virilidad es la gloria principal. (Foto: madoguna.blogspot.com) 
 Escenas dramáticas de lo que es el “buzkashi” hemos tenido oportunidad de apreciar en la película “Los Centauros”, protagonizada por Omar Sharif. (Roberto G. Vitry, domingo 15 de abril de 1984)